domingo, 27 de abril de 2008

Grabado

A veces tengo suerte. Deseaba que fuese uno de esos días en que subo al colectivo y encuentro un asiento libre, o justo me paro en frente de alguien que está sentado y en la próxima parada se baja. Durante algún tiempo busqué gestos en la gente que indicasen que en la próxima iban a bajar, pero me di por vencida. Que una señora, o una chica, se acomode la cartera, o que alguien vaya con las manos en el agarradero del respaldo de adelante y el culo levantado unos centímetros del asiento, mirando ansioso a través de la ventanilla como si estuviera a punto de iniciar la carrera hacia la puerta del colectivo porque está por llegar a la altura en la que tiene que bajarse, bueno, a lo largo de los años, comprobé que esos gestos no significan nada, todo está librado al azar en cuestión de asientos. Tuve que viajar parada en el lugar más incómodo del colectivo, en el borde de las escaleritas. Si uno se pone ahí se convierte en el estorbo más molesto de todo el colectivo, y tiene que escuchar la pregunta “¿vas a bajar?” dos o tres veces por minuto. Pero lo más incómodo es que, ante la respuesta negativa, muchas veces sucede que la persona que quiere bajar hace una segunda pregunta, pero esta vez con la mirada: "¿Entonces que hacés parado acá pedazo de papanatas?" Uno podría responder “no es que mi hobbie sea desafiar la gravedad manteniéndome en el borde de la cornisa, simplemente me fueron empujando y me quedé aferrado a este caño, porque si me siguen empujando más atrás corro el riesgo de no poder bajar cuando sea necesario. Pero esta explicación haría que la persona que quiere bajar deba pasarse una parada para tener tiempo de escucharla, o bien, hacerse la desentendida, porque las preguntas de ojitos siempre brindan esa posibilidad. Durante todo el viaje, que fue bastante largo, sólo leí dos páginas. De vez en cuando miraba de reojo con la esperanza de encontrar algún asiento libre, hasta que en uno de esos giros de cabeza lo vi, y me olvidé de lo que estaba leyendo, de las escaleritas, de las miradas de la gente que quiere bajar… ¿Cuánto tiempo me habré quedado mirándolo? Odié sentarme, pero no pude evitarlo. Un hombre me ofreció el asiento y era bastante ridículo que, con todos los papeles y libros que tenía en las manos, no lo aceptase. Ahora no podría simular buscar un asiento libre para verlo. Él estaba sentado en el fondo, junto a la ventanilla. Ya era hora de bajar. Me levanté, toqué el timbre y miré por última vez hacia el fondo, pero él ya no estaba. Caminaba mirando el suelo, hasta que al llegar a la esquina volví a verlo, estaba cruzando la calle. Hubo un choque. Un pie se tropezó con otro y desparramé mi cuerpo y mis cosas en medio de la calle. Mientras me iba cayendo tuve tiempo de pensar ¿podré evitarlo? el papelón, digo, pero no, fue imposible. Ya está. No sabía como empezar a levantarme ahora. ¿intentaba levantar los libros y salir corriendo hacia delante?, ¿los dejaba?, no, me salieron carísimos. Pensé que tal vez me convendría quedarme ahí tirada y dejar que el auto que estaba acercándose me atropellase. El derramamiento de sangre daría una buena anécdota que contar a los que me estaban viendo. Empecé a levantar los libros. Si lograba levantarlos todos, tal vez decidiese levantar mi cuerpo más tarde, aunque no estaba totalmente convencida de eso, el auto estaba muy cerca. Alguien me tomó del brazo y en un abrir y cerrar de ojos me encontré bajo un árbol junto a él. Cuando el semáforo se puso en rojo, levantó los libros que habían quedado en la calle y volvió al lado mío. Después de preguntarme si estaba bien, y que yo le respondiese que sí, que era nada más que un raspón en la rodilla, me contó que en lo que iba de la semana ya había rescatado a dos chicas que se cayeron en la calle y a otra que se desmayó en la vereda. Caminamos juntos algunas cuadras y cuando nos separamos le dije “gracias”, pero no sé si entendió que no era porque me había salvado del auto, sino porque era muy lindo y ahora lo podía ver bien de cerca. Cada vez que veo la cicatriz me acuerdo de esto. Me hice pelota la rodilla ese día.

2 comentarios:

Vivian dijo...

jajaj ¡Era un heróe! Me acuerdo de ese día que llegaste a la facu re contenta, pero lastimada!!! jajaj

Cuadernos Argentinos dijo...

En un momento crei que el chico te habia seguido. Eso hasta que lei que eras la tercera mujer que rescataba. Desde ahi no tuve mas dudas: te estaba siguiendo.